Cena Maridaje en Don Ignacio

El miércoles pasado estuve en el Restaurante Don Ignacio, participando de la última Cena Maridaje del año, ¿cómo así? Pues gané una de las invitaciones que sorteó Cucharas Bravas, realmente fue una suerte porque la noche fue maravillosa: buena compañía, comida deliciosa, buenos vinos y un té maravilloso.

Cuando recibí el correo de Pierina, autora del blog Cucharas Bravas, no lo podía creer, finalmente había ganado un sorteo y para una cena a la que tenía muchas ganas de ir.

Me acuerdo cuando recién abrió Don Ignacio, que más que un restaurante es un restaurante escuela, pues forma parte de la Escuela de Cheffs de la Universidad San Ignacio de Loyola, en La Molina. Bueno, a modo de promocionarlo sacaron un menú en un formato y a un precio bastante interesante, había que ir en pares, pues compartías la entrada y el postre, pero el plato de fondo sí era personal. Nos pareció un éxito, ya que podías darte el lujo de almorzar una comida gourmet a un precio relativamente barato.

Está bien, tampoco era para ir todos los días, ojo, estamos hablando de almorzar en horas de oficina, normalmente los almuerzos de oficina tienden a ser más baratos, pero no podíamos resistirnos, sobre todo porque sabíamos que en algún momento dicho menú desaparecería, pues cada vez se hizo más conocido y cada vez iban más personas, es decir, habían cumplido con el objetivo de hacerse conocidos, ya no necesitaban promocionarse tanto. Y así fue, un buen día desapareció el menú y nosotros nos quedamos con las ganas. Claro que hemos ido alguna que otra vez, pero ya para ocasiones especiales.

Por eso me emocioné tanto cuando gané la invitación, hacía tiempo que no iba a almorzar o cenar por ahí y la verdad es que siempre me gustó. Me habían dicho que tenía que llegar a las 8:00 de la noche, estuve puntualísima, mi esposo me llevó porque como era maridaje, prefirió que vaya sin carro. No me gusta llegar sola, me siento incómoda, sobre todo cuando no conozco a la personas y ese era el caso, no tenía idea de a quién me encontraría. Así que tímidamente subí al restaurante, tomé un par de fotos y entonces alguien se me acercó, me entró la timidez y guardé la cámara de fotos en la cartera.

Me presenté, se presentaron, me presentaron a más personas y entonces comencé a sentirme mejor, fui dejando poco a poco la timidez y me enfrasqué en conversaciones con personas totalmente extrañas a mí, pero un modo tan natural que parecía que estaba con gente que conocía de hace tiempo. Una de las personas con las que tuve el agrado de conversar fue con Lucian Delpino, creadora y dueña de Quinta Esencia, me contó cómo había surgido la idea de fundar su «teashop»…fascinante…les prometo que haré un post al respecto.

Creo que el aperitivo que nos dieron ayudó a que la conversación fluya, se trataba de un espumante Valdivieso Grand Brut con un jarabe de Palais Royal Quinta Esencia, preparado para la ocasión, era como tomar un Kir Royal. La gente fue llegando y el lugar se iba llenando, entonces nos invitaron a la mesa, fue entonces cuando vi a Pierina, me acerqué donde ella, me presenté y fuimos todos a sentarnos.

 

Comenzamos con un vino blanco, un Santa Digna Gewürztraminer, de procedencia chilena. La verdad no sé mucho de vinos, sólo sé si me gustan o no me gustan, éste me gustó. Era poco ácido, ¿o debo decir cítrico? y acompañaba muy bien el entremés.

El entremés se trataba de una «cuna de hojaldre con muselina de pechuga de pollo en salsa mornay al limón, con conchitas de abanico a la plancha en salsa teriyaki». Sí pues, cuando uno lee estas descripciones en el menú puede hacerse una idea de lo que vendrá, por lo menos hay algunos ingredientes que uno puede saber que estarán presentes, pero siempre es una sorpresa cómo estarán presentados.

La única crítica que puedo tener a este plato es el pollo, está bien, no soy de comer pechuga porque es un poco seca, la muselina lo estaba, pero claro, si la comías con las salsas (que estaban deliciosas) entonces podías conseguir humedecerla un poco y así hacerlas más fácil comerlas. Si te gusta la pechuga, entonces no encontrarás ni un «pero» a este plato. Naturalmente me lo comí todo.

Y ahí venía el segundo vino de la noche, un Torres Orgánico Las Mulas, un Cabernet Sauvignon Rosé que estaba muy bueno, realmente me gustó. Para ser simplistas, el color era perfecto, claro que nos reímos al comentario «el color de las chicas», pero en verdad estaba muy bueno, además que maridaba perfectamente con el siguiente plato.

Esto es lo que nos trajeron: «Bisque de camarones con tempura de yuyos, camarón pochado y brochetas de verduritas de chupe». En otras palabras, un delicioso Chupe de Camarones en una presentación «minimalista», ¿cómo llaman a la forma de presentar estos platos, deconstruídos? Es decir, era un chupe de camarones pero servido por separado ¿lo llegan a visualizar? En el vaso de shot está el concentrado de camarón, es decir, la sopa, decorado con el tempura de yuyo, sí, ya sé, el chupe no lo lleva, pero se veía bonito. A un lado verán una brocheta con las arverjitas, habas y queso y al otro lado el camarón (el que vive en el río, no en el mar), el cual estaba ya pelado, así que fue fácil retirar la cola de la caparazón. Sí, sólo faltó el huevo.

Qué les puedo decir, estaba riquísimo y no fue complicado comerlo, y es que a veces pasa que cuando te sirven este tipo de platos uno no sabe cómo comerlo. La combinación de este plato con el vino servido fue de mis preferidos.

Sigamos con el tercer vino de la noche, un Rutini Colección Chardonnay argentino. Debo decirles que a uno de nuestros compañeros de mesa no le gustó cómo maridaba este vino con el plato que nos sirvieron a continuación. Yo no soy tan exigente, quizás si él no lo hubiera comentado no me hubiera puesto a analizar más en detalle, está bien, no fue el mejor, pero pasaba muy bien.

¿Y cuál fue el plato que sirvieron con este vino? Un Romance del Mar y la Montaña: Atún tataki sobre rodajas de oca paucar horneadas, chimichurri clásico y jugo de pachamanca. Mi opinión sobre el plato, el atún estaba en su punto, totalmente sellado por fuera y por dentro con ese color rojizo que uno siempre espera encontrar en el atún, tierno y  jugoso. En cuanto a la oca, ¿no les pasa que cuando tienen una idea preconcebida de algo y resulta que no es así sientes que algo no funciona? Pues esto es algo ya muy personal, lo que sucede es que en la casa de mi mamá siempre hemos comida la oca dulce. La oca la ponían al sol por un par de días, luego la sancochaban u horneaban y al comerla se sentía un sabor dulce, como el dulce que tiene el camote. En este plato la oca era salada, como en verdad es, pero no me lo esperaba.

Pero como les digo, el atún estaba en su punto de cocción, un poco subido de sal para mi gusto, eso sí, el jugo de pachamanca una delicia. En cuanto al vino, a mí me gustó, quizás muchos están más acostumbrados a un tinto con el atún, pero no estaba nada mal. Y ya era hora de un intermedio, así que para aclarar nuevamente la garganta de tantos sabores diferentes, nos sirvieron un granizado de zanqui. ¿De qué? De zanqui…o sanqui…ya, yo tampoco había oído hablar de esa fruta, pero al parecer es como el kiwi, por lo menos sabe casi casi como el kiwi.

Ya con la boca «limpia» y la garganta fresca estábamos todos listos para el clímax de la cena. Cuando llegamos se decantó el vino tinto que servirían con el plato principal, un Torres Atrium Merlot, naturalmente, de España. Había estado esperando toda la noche para ser servido en las copas.

Y un vino tan bueno sólo podía ser servido con el que me pareció el mejor plato de la noche: «panceta de cerdo confitada y perfumada con hierba buena, risotto al ají amarillo, acompañamiento con escalibada tibia al rocoto y salsita de adobo arequipeño»…uffff…Ni bien lo pusieron en la mesa el aroma invadió todo el salón, por un momento olvidé lo que explicaban del vino y sólo podía ver el plato, contando los segundos para poder meter el tenedor.

Me encanta cuando al servirte carne no necesitas el cuchillo, la carne estaba tan suave que se deshacía, el olor de la salsa era divino, el arroz estaba en su punto, pero, sí, había un pequeño pero, estaba un poco picante, un poco más de lo que había esperado. Sí, ya sé, los peruanos comemos picante, pero hay quienes no toleran tanto el ají, como yo. Sufrí un poco en comer el risotto, pero estaba muy rico de sabor.

Pero no me importó, porque venía la hora feliz, la hora dulce, acompañada con un Rutini Vin Dux argentino. Debo confesar que no soy fanática de los cosecha tardía, pero aquí entre nos, me sirvió para bajar el picor que había quedado en mi boca.

El momento dulce llegó con un «sutil mouse de rosas con base de trufa cruda de chocolate bitter y sablé de almendras, coronado con helado de yogurt de fresas con ensaladita de fresas y menta y pétalos de rosas». ¿Saben qué fue lo único que le faltó a este postre? el anillo. Sí, yo diría que es un postre ideal para hacer «la pregunta», les aseguro que pueden obtener un SI sin ninguna duda.

Un postre realmente fresco, sutil, nada empalagoso, diferente. El sabor a rosas se podía sentir fácilmente, los pétalos parecían cremosos, sabían cremosos (sí, me los comí), el chocolate bitter es de mis favoritos y ni qué decir del helado. Un postre así caía perfecto después de los sabores fuertes del plato principal. El problema que encontré fue con el sablé, en general cuando le ponen la parte crocante a los postres a veces resulta complicado comerlo puesto que no es fácil partirlo. Podías escuchar el golpe de las cucharas sobre los platos, ésto para poder obtener un trozo del sablé. Demasiado crocante creo.

En cuanto al caramelo que coronaba el postre, pues sólo lo puse a un lado, hay componentes que creo no están hechos para ser comidos, sólo para adornar el plato.

Y así se pasaron las horas, sólo quedaba cerrar la cena con unos Petit Fours: pequeños machacados de membrillo, trufas de chocolate y macarons.

Todo esto acompañado por un delicioso Té Bora Bora de Quinta Esencia, un té de intenso color rojo con un marcado sabor a frutas. Simplemente perfecto.

Y así la noche llegó a su fin, en verdad fue una linda experiencia. Claro que mi pobre esposo no la pasó muy bien pues estaba haciendo tiempo para recogerme, se estaba dando la gran aburrida. Lo llamé y estaba cerca, así que no perdió un segundo y fue a recogerme. A la salida del restaurante nos dieron un lindo regalo por participar en la cena, un libro maravilloso de recetas, una botella personal de vino blanco y un termómetro para medir la temperatura de los vinos.

Sólo me queda agradecer a Cucharas Bravas, a Don Ignacio, a Quinta Esencia y a Divinum por una noche tan encantadora.

Don Ignacio Restaurante Escuela
Dirección: Calle San Ignacio de Loyola 150, La Molina
Teléfono: 340-1530
email: reservas@donignacio.com.pe
Página web: www.donignacio.com.pe
Horario de Atención: lunes a sábado de 12:30 pm a 4:00 pm – 7:00 pm a 11:00 pm, domingos de 12:30 pm a 4:30 pm
Tea Time: lunes a viernes de 4:00 pm a 7:00 pm


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Acerca de Nydia

Cuando era soltera, rara vez cociné en casa de mis padres, pero cuando me casé tuve que entrar a la cocina, sobre todos los fines de semana que era cuando mi esposo y yo almorzábamos en casa, juntos preparábamos el almuerzo. Y así, poco a poco encontré el gusto a la cocina con la repostería, porque con ella puedo engreír a mi familia y sobre todo endulzarles la vida.
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2 respuestas a Cena Maridaje en Don Ignacio

  1. Alexis rl dijo:

    Que interesante la puesta de este maridaje Gourmet. No podría suponer nada del maridaje aquí expuesto, pero confiando en tus sutiles comentarios de tu experiencia, creo que valdrá la pena experimentar alguna vez..

  2. It’s wonderful to come dining with you and see what is on offer at your restaurants! 😀

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