Dicen que el olfato es el sentido que evoca de una manera más eficaz los recuerdos, incluso aquellos que están en lo más profundo de nuestra memoria.
Y debe haber algo de cierto, porque cuando siento el olor a sal y a mar es inevitable recordar a Lomas.
A unas 7 horas al sur de Lima, a la altura del kilómetro 528 de la Panamericana Sur, hay un desvío en la carretera al que llaman «La Repartición», entrando por ese desvío, dejando atrás el desierto sureño y dirigiéndose hacia el mar, pronto se puede ir viendo cómo de la nada surge un pequeña península, todo un pueblo rodeado por el mar, una caleta de pescadores llamada Lomas.
En esta caleta había una casita celeste, construida con maderas de barco, que dicen tenía como 100 años. Era la casa de verano de mis abuelitos maternos, ahí, después de haber pasado todo el año escolar en el internado, mi mamá y mis tías disfrutaban de sus vacaciones.
Según contaba mi abuelita, durante los años oscuros de la esclavitud, ahí desembarcaban a los negros y los llevaban hasta Acarí, donde estaba el mercado. Desde ahí eran llevados a las distintas haciendas del sur. Pero en épocas más románticas, cuenta mi abuelita que al terminar las vacaciones, es ahí donde todos los jóvenes de la zona tomaban el barco que los llevaba a Lima para retornar a los estudios. Recuerdo que lo contaba con nostalgia.
A mí también me tocó pasar días de vacaciones en Lomas, recuerdo caminar por las calles y ver a mi mamá señalando distintas casas y repitiéndome el nombre de nuestros familiares, recuerdo incluso que alguna vez mencionó el nombre de mi bisabuelo y haber señalado una casa de madera sobre una loma.
A mi esposo y a mis hijos también les tocó pasar algunas vacaciones en Lomas, me alegra mucho que ellos hayan tenido la oportunidad de conocer un lugar que tenemos guardado en el corazón. Ellos fueron los últimos en gozar de la casa centenaria, pues con mucha pena la casa se tuvo que vender, pero era una locura seguir con ella, estando tan lejos de Lima el mantenimiento de la casa se había vuelto un dolor de cabeza para mis tías. Pero me alegra que mis hijos hayan llegado a estar ahí, y que hayan podido pisar los mismos tablones que una vez pisaron mis abuelitos.
Ir a Lomas era desconectarse del mundo. Si querías usar el celular tenías que subir hasta la iglesia para conseguir señal, quizás subir hasta lo que fue la casa de los De la Borda, casi llegando al Corral de Don Félix, era eso o ir al cementerio, donde dicen había mejor señal, nunca lo comprobé.
Había una rutina que seguir, muy temprano había que levantarse y salir a comprar el pan, lo vendía una señora en unas canastas gigantes en una esquina. Como en la casa no teníamos cocina, solo un pequeño horno, una hervidora y un frigobar, nuestros desayunos consistían en pan con mantequilla, con queso carrete traído desde Nazca o Puquio, o con crema de aceitunas, hecho por mi tía Rita, la mejor.
Terminado el desayuno había que prepararse para ir a la playa. Recuerdo que íbamos caminando, no era muy lejos, llevabas tu bolso con bloqueador y una toalla, así que el trayecto era nada. Pero cuando tocó ir con mis hijos, entre los maletines, los baldes y las palas, se hizo más que necesario hacerlo en el carro.
Había dos tipos de playa, la de piedras y la de arena, ambas tenían su encanto. En la de piedras había que buscar los pozos que se formaban naturalmente, ahí llegaban las olas que inundaban todo y era como bañarse en una piscina.
En la playa de arena el mar era súper tranquilo, casi sin olas y el agua totalmente transparente, pero…sí, había un pero, era el agua más fría de todo el mundo, entrar al agua era para valientes, había que hacerlo sin pensar mucho, y cuando ya no sentías tu pies era el momento de meterte bajo el agua, y si no te daba hipotermia en ese momento, pues podías llegar a acostumbrarte.
El almuerzo era en el restaurante de Doña Peta, cerca de la playa, había menú todos los días, pero yo era feliz comiendo pescado frito con arroz. El pescado más fresco que he comido en mi vida, según mi papá, hasta lo podías ver aleteando en tu plato. Por mí comía pescado hasta que me salieran escamas.
Al caer la tarde regresábamos a casa, a bañarse, cambiarse y preparar el lonche. Más pan, más mantequilla, más queso, más aceitunas, pero también galletas de agua. Hoy en día, cuando estamos en nuestra casa de playa, se nos antojan esos lonches.
Al anochecer salíamos a caminar por la plaza, conversando, riendo, contando viejas historias, y viendo jugar a los chicos. En el centro de la plaza había una construcción de cemento, como una tarima redonda, tibia, a la que llamaban «el queso», ahí nos sentábamos y ahí corrían los chicos hasta que se cansaban. A las 10 de la noche ya estábamos todos en casa listos para dormir.
Las noches eran oscuras y a lo lejos se escuchaba el ruido del mar, que te arrullaba, que te cantaba…o te asustaba. La casa era silenciosa, aunque a veces escuchabas el crujir de la madera, ese ruidito que solo escuchas por las noches.
Estos son mi recuerdos. No hemos regresado desde que la casa se vendió, pero cada vez que siento el olor a sal y a mar, inevitablemente Lomas viene a mí.
Un post precioso!
Que lugar tan bonito! Y que cantidad de buenos recuerdos! Los lugares de verano de infancia siempre nos dejan su huella. Yo también veraneba en un pueblo costero. Me ha encantado leerlo!
Gracias…lo escribí con mucho cariño y añoranza.
Volví a vivir mi niñez! Mi familia materna es de Acarí y los veranos más maravillosos de mi vida fueron en Lomas. Mi abuelita siempre nos contaba historias de la familia. Aún regreso algunos veranos. Gracias por este post!!!
Mi familia es de Jaquí!!!
En una de esas nuestras abuelas veraneaban juntas! jajajaja. Por allá todos se conocen o son parientes.
Que bonito lugar y que bonita historia.
Sabrás si cuentan con hospedaje? Me han dado ganas de escaparme por ahí.
Gracias,
Li
Hola Lichet, tengo entendido que sí hay hoteles, la verdad nunca me he quedado en uno, así que no sabría cuál recomendarte.
He buscado en internet y este me jaló el ojo: http://www.lomasbeach.com/
Beautifully written Nydia. I felt like I was there with you 😀
Thanks Lorraine, it’s a beautiful place.
Muy bonito post y qué bueno que tus hijos hayan podido conocer la casa de tus abuelos!!
Precioso tu relato, me hiciste aguarapar los ojos, que detalles más lindos los que recordamos de la vida sencilla, me gustó mucho lo que decía tu papa del pescado en el plato, sin duda debe ser el mejor y más fresco que quisieras probar.
Lindo tu relato, me hizo evocar los recuerdos de los veranos que hacia un poquito mas abajo en Camana , en la Playa La Punta , slds
vaya que me hizo recordar mis casi 12 años seguidos pasando vacaciones ahi , recuerdo llegar en diciembre y regresar a fines de marzo , ahi tengo mas que amigos “primos” , eramos una gran familia y aun con los años escucho Lomas y mi corazon se emociona con los imnumerables recuerdos lastima que la distancia me impida ir como quisiera , gracias por haber traido a mi mente grandes recuerdos.